
Hoy nos vamos a poner un poquito serios, pero sólo un poquito. Tenemos la sensación de no habernos explicado bien o, al menos, que las críticas que estamos recibiendo no son de personas que conocen
qué es ser maleni. Porque no se trata de enemistarnos con las amantes de la cocina (entre otras cosas porque nosotros también disfrutamos de un buen asado, un bizcocho casero o un tapeo elaborado), ni de criticar a quienes les gusta hornear unas magdalenas en su tiempo libre (en el caso de que le pongan frosting y colorantes de adorno, pondríamos mala cara, pero nada más). El motivo por el que nació este blog era y sigue siendo denunciar aquello que consideramos que ha traído el mal: el
malenismo, que es mucho más que hornear cupcakes, aún siendo este bollo su bandera e icono, junto a Carrie Bradshaw y Amelie.

Usted, que después de ocho horas de trabajo, llega a casa y dedica su tiempo a desestresarse cocinando, NO es maleni. Dejar el trabajo para dedicarse a hacer repostería elaborada que no le va a reportar ningún beneficio económico, y que ésta sean cupcakes como modismo, sí le convierte en maleni, así como rodearse de complementos bobos y un estilo de vida artificial y poco estimulante que se limita a tomar té con cupcakes, hacerse fotos con cada uno de sus modelitos y hacer de lo vintage una religión, sin saber ni siquiera por qué eso que es vintage es considerado como tal y lo que le ha hecho perdurar en el tiempo. Ésas y no otras son las malenis que nosotros criticamos.
En definitiva, que vengan a nosotros las reposteras de toda la vida, que nada nos gusta más que un mostachón, un amarguillo, un cruasán recién salido del obrador, un alfajor de almendra, un hojaldre casero, una tarta de Santiago o un bizcocho de la abuela. Y alejense de nosotros y el resto de la Humanidad las yonkis del frosting.